domingo, 9 de marzo de 2014

El Café de Nicanor

La  noche que Guillermina,
no contenta con la patria potestad
y el ático en Concha Espina,
quiso el volvo en propiedad,
tirado en una cuneta
me desperté,
a dos leguas del El Café,
con una maleta al hombro
llena de escombros
y un bollo de pan de ayer.

"Le hemos echado de menos",
me dijo el bueno del barman que me sirvió,
vaso largo y con limón,
la misma copa de ron
que, el lunes va a hacer un año,
me dejé en el mostrador.
Después de pagar dos rondas
(tres, contando la del baño)
recuperé,
entre la condesa y Julio,
mi escaño de contertulio,
mi carné de fundador
de la mesa más redonda
de El Café de Nicanor.

Estaban Gámez el astronauta,
Gastón el flauta, Mari la tetas,
el noviillero poeta con su mujer,
el pobre don Agapito
y un camellito sin dientes
paisano de un primo hermano
de algún pariente lejano 
de Ana Belén.

Asociado en sociedad
con tales socios,
se pueden imaginar
que los amores van mal,
la salud ni fu ni fa
y no van bien los negocios.

Se nos sube a la cabeza
la espuma de una tristeza
crepuscular,
el óxido de los días,
las utopías con hielo,
el azul galimatías
del cielo según San Juan,
un calcetín con tomate
y el último disparate
de Nicanor,
que, cuando le preguntaron
si había estado enamorado,
como un hombre sincero,
"yo, no señor -contestó-,
yo siempre fuí camarero"



Estaban Gámez el astronauta,
Gastón el flauta, Mari la tetas,
el noviillero poeta con su mujer,
el pobre don Agapito
y un camellito sin dientes
paisano de un primo hermano
de algún pariente lejano 
de Ana Belén.

Asociado en sociedad
con tales socios,
se pueden imaginar
que los amores van mal,
la salud ni fu ni fa
y no van bien los negocios.

JOAQUÍN SABINA
Dímelo en la calle 2002




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